El movimiento carlista frente al estado español

JAVIER CUBERO DE VICENTE, Comunicación presentada en las V Jornadas de Historia Contemporánea–V Xornaes d’Historia Contemporánea, organizadas por la Asociación de Jóvenes Historiadores–Conceyu de Xóvenes Historiadores, y celebradas en Uvieu/Oviedo en abril de 2006.

(...) Al carlismo histórico se le puede clasificar dentro de lo que Hobsbawm denominó rebeldes primitivos, formas arcaicas de agitación social que no se pueden incluir ni en las revueltas propias del Antiguo Régimen ni en los movimientos sociales modernos y que han sido subvaloradas por muchos historiadores que no han podido o no han querido estudiarlas seriamente porque eso les suponía romper con sus esquemas predeterminados. De hecho “la filiación y el carácter político de estos movimientos resulta no pocas veces impreciso, ambiguo” pues están formados por “gentes prepolíticas que todavía no han dado, o acaban de dar, con un lenguaje específico en el que expresar sus aspiraciones tocantes al mundo”. Los integrantes de estos movimientos no nacen dentro del mundo del capitalismo, sino que “llegan a él en su calidad de inmigrantes de primera generación, o lo que resulta todavía más catastrófico, les llega este mundo traído desde fuera, unas veces con insidia, por el operar de fuerzas económicas que no comprenden y sobre las que no tienen control alguno; otras con descaro, mediante la conquista, revoluciones y cambios fundamentales en el sistema imperante, mutaciones cuyas consecuencias no alcanzan a comprender, aunque hayan contribuido a ellas” siendo su problema el “cómo adaptarse a la vida y luchas de la sociedad moderna”[v]. (...)

(...) Otra característica importante del Carlismo a lo largo de su larga historia ha sido su pluralidad, no constituyendo jamás un bloque uniforme. En el nacimiento y desarrollo del Carlismo a lo largo del siglo XIX confluyeron “tres determinantes históricos bien diferenciados: hay un problema de resistencia campesina a la penetración del capitalismo liberal en los medios rurales; hay un problema de resistencia autonomista frente a un Estado liberal resueltamente entregado a su función centralizadora; hay un problema de resistencia de unas formas de religiosidad tradicionales(…) frente a cuanto el liberalismo y el proceso general de secularización comportan(…). A estos tres factores determinantes puede añadirse la incidencia, desde poco antes de morir Fernando VII, del consabido conflicto dinástico.”[vii] La bandera dinástica de Don Carlos fue ante todo el paraguas en torno al cual se agruparon todos los sectores que se oponían a la Revolución liberal, cuya unidad desaparecía en cuanto trataba de desarrollarse un proyecto político de gobierno. (...)

(...) Entre los carlistas, que proclaman orgullosamente su incorporación voluntaria a la guerra veremos aparecer una vertiente antimilitarista y “de hecho, en toda la documentación de época los carlistas rara vez utilizan para sí mismos las palabras tropa, soldado o recluta, empleando siempre las de voluntarios o paisanos armados”. La movilización popular a favor del Carlismo sólo se puede llegar a entender si se tiene en cuenta que “para muchos voluntarios, la guerra toma la apariencia de un combate de liberación social”, de una lucha de “pobrerío carlista contra ricos liberales”, de hecho, ya en 1833, el virrey de Navarra instaba a las autoridades a defender la propiedad privada de los ataques que estaba sufriendo por parte de “los revolucionarios que infestan el país”. Pero el carlismo no fue un movimiento exclusivamente campesino, encontrando también apoyo entre los trabajadores urbanos. Cuando entró en Oviedo la expedición carlista del general Gómez, en la prensa liberal de Madrid se publicó que “la ciudad quedó desierta de toda la gente honrada, y los carlistas sólo recibieron el aplauso de la pillería de los mercados y el sanculotismo, carniceros, zapateros y albañiles”. (...)

(...) Después de las derrotas de las sucesivas guerras carlistas, el liberalismo triunfante podía ya dedicarse plenamente a la construcción del Estado unitario español y del nuevo orden económico capitalista, deshaciendo el entramado municipal y comunalista de la sociedad tradicional. (...)

(...) Durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) la prensa liberal señalará que las causas de esta guerra son de origen socialista, alertando sobre el odio social del campesino a los grandes propietarios y “el color socialista del más subido rojo” de los sermones de los párrocos carlistas[xvi]. Los jornaleros y pequeños labradores carlistas se habían empobrecido con las nuevas legislaciones mientras habían visto enriquecerse a los abanderados del liberalismo a costa de los bienes comunales. Y una vez sublevados, los campesinos carlistas dislocarán a las autoridades liberales, destruyendo todo lo que represente al Estado liberal, quemando los registros civiles de los pueblos, paralizando ferrocarriles y telégrafos, persiguiendo a los ricos que se habían apropiado de las tierras desamortizadas; es entonces cuando se vislumbran los rasgos luddistas de las bases carlistas. Ante el deterioro del poder del Estado, el capitán general Rafael Izquierdo afirmara que“hay que hacer país liberal y país español cuando menos”[xvii]. Los oficiales del ejército liberal reaccionarán violentamente contra quienes no hablaban en castellano, e incluso se va a producir la detención de paisanos que por no responder en castellano al ser preguntados por el movimiento de las guerrillas, van a ser considerados sospechosos de ser carlistas[xviii]. (...)

(...) Un comunitarismo que tenía tres dimensiones, una inmediata, ligada a su pueblo, a la parroquia, al valle, con sus tradiciones, sistemas de vida, comunales y relaciones sociales; otra algo más global, que algunos definen como “protonacionalismo” y que une a las diferentes comarcas en países definidos por una historia, una cultura, una lengua y unas tradiciones propias; y por último, Las Españas como el conjunto de los diferentes países o comunidades históricas, unidos culturalmente por la religión católica y políticamente por una Monarquía Federal fundamentada en un pacto entre las comunidades y la Corona, y en la cual, los diferentes países tendrían tal alto grado de autogobierno que el proyecto carlista era definido por sus portavoces como una “confederación de repúblicas sociales”. Y en caso de ruptura del pacto, las comunidades tenían derecho a independizarse. La Patria para los carlistas era la tierra natal, de los antepasados, la tierra de una misma comunidad afectiva, con cultura e instituciones propias, y por tanto defenderán las comunidades históricas rechazando la división provincial del Estado liberal. Y el aspecto religioso debe interpretarse como un aspecto más de la personalidad de sus comunidades, es la fe de sus antepasados, vivida en una dimensión comunitaria con sencillez y autenticidad, pues los carlistas optaban por una Iglesia en pobreza y libertad, con absoluta independencia de los poderes estatales para cumplir su misión. Los carlistas entenderán a los fueros “como las leyes que el pueblo se da a lo largo de la historia, primero consuetudinariamente, posteriormente codificadas por escrito”[xxii]. Y el régimen foral defendido por los carlistas estará dotado de una base no individualista pues las primeras asambleas vecinales nos muestran una agrupación federativa de familias, desde las cuales se va estructurando progresiva y federativamente el edificio foral: anteiglesias, pueblos, Juntas. (...)

(...) Los carlistas desarrollaron toda una estética caracterizada por la nostalgia de un paraíso perdido, que en puridad nunca había existido tal como lo presentaban, y cuyos valores eran “la defensa de las sociedades primitivas frente a las industrializadas, la preferencia de la vida natural a la vida urbana, la superioridad del objeto artesanal sobre el manufacturado en serie, en fin, la exaltación de la belleza por encima de lo moderno”[xxiv] y lo tecnológico. (...)

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